Semanas antes de que pasara lo que voy a contaros, me daba mucha pereza pensar en quedarme embarazada otra vez. Tenía "mono de bebé". Veía a madres con carritos y embarazadas por la calle y me decía a mí misma que dentro de un tiempo, cuando Daniel fuera al colegio y estuviera totalmente asentado, su padre y yo iríamos a la búsqueda de un hermanito o hermanita. Pero me daba pereza. Estaba tan agustito disfrutando de cada etapa de mi hijo, que me parecía hasta egoísta la idea de concebir otro churumbel solo por el hecho de dejar rienda suelta a mi instinto maternal, que me encanta, pero cada cosa a su tiempo. - Cuando Daniel cumpla tres añitos para que se lleven entre tres y cuatro años... - pensaba. Luego me contradecía: - No planifiques nada que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Y entonces decidía dejar de pensar. - Buena decisión...
Y entonces pasó lo que tenía que pasar.
Una noche, Daniel se había dormido ya y yo estaba en la cama sufriendo una fuerte gripe que me estaba durando demasiados días. Sonó el teléfono. Era Dani.
- ¿Qué tal? ¿Cuándo llegas a casa?
- Bien. Ahora en un rato. He venido a casa de mi hermano que están aquí cenando con mis padres. Espera un momento...
No me dio tiempo a decir nada cuando escuché la voz de mi cuñado Antonio.
- Pili, ¿qué tal? ¿Has mirado el móvil?
Anda, el móvil. No tenía ni idea de dónde había metido el móvil. Me da rabia que cuando más falta me hace nunca lo tengo cerca.
- No, no lo he visto. ¿Ha pasado algo? - me levanto de la cama para ir a buscarlo. Estaba en la mesa del salón. Abro el whatsapp y tengo una imagen nueva. Parece una ecografía. No distingo. Si es que estoy medio drogada con esta gripe dichosa.
- Que vas a ser tita.
- Pppp...pero, ¿qué? ¿cómo? - No me lo esperaba en absoluto. Me cogió de sorpresa y enseguida reaccioné. - Pero que alegría, chicos. Me alegro muchísimo.
Qué contenta me puse, de verdad, con el "mono" que tenía, mis cuñados iban a ser papitos y un nuevo bebé llegaba a la familia. Una noticia estupenda ¡Un primito o primita para Daniel! y también iba a ser el primer sobrino o sobrina para Dani. Yo ya tengo tres, grandes y hermosos, y sé lo que es, por eso me emociona muchísimo que él también vaya a vivir esta experiencia única.
Un año repleto de emociones se estaba abriendo paso y yo no lo sabía.
Vuelta al blog
Sí, hemos vuelto. Tenemos cosas que contar y queremos que se queden reflejadas para que cuando echemos la vista atrás en algún momento "raro" de nuestras vidas, siempre tengamos un motivo para sonreír recordando cosas bonitas. Porque este blog lo fue, lo es y lo será. Desde que nos enteramos de la existencia de Daniel hasta hoy mismo y épocas sucesivas, vamos a hacer de este rinconcito un lugar donde reencontrarnos con vivencias, sentimientos y experiencias que no debemos olvidar jamás.
Queremos ponernos al día de todo y cuanto ha pasado en este tiempo, y poco a poco lo conseguiremos.
Fijaos si no vamos haciendo mayores que el pasado 10 de Julio, Daniel terminó el primer ciclo de Educación Infantil. Ha sido un año de mucho esfuerzo en cuanto adaptaciones y cuadres de horarios, pero ha merecido la pena.
Aunque aún le cuesta relacionarse un poco con niños de su edad porque es muy independiente y con gustos muy definidos, ha espabilado muchísimo y se ha soltado mucho a hablar, lo que hace más fácil el entendimiento con su entorno.
Nos queda superar el tema del pañal, que vamos un poco lentos, y el cambio de la cuna a la cama, que supongo que no tendrá problemas porque ha salido igual de dormilón que nosotros y se duerme en cualquier sitio.
Este último año ha sido intenso para él (y para nosotros) y en septiembre, que comienza el colegio, no va a ser menos.
Y cuando ya se vaya acostumbrando a la nueva situación escolar, ¡ZAS!
Pero ya os iremos contando...
Queremos ponernos al día de todo y cuanto ha pasado en este tiempo, y poco a poco lo conseguiremos.
Fijaos si no vamos haciendo mayores que el pasado 10 de Julio, Daniel terminó el primer ciclo de Educación Infantil. Ha sido un año de mucho esfuerzo en cuanto adaptaciones y cuadres de horarios, pero ha merecido la pena.
Aunque aún le cuesta relacionarse un poco con niños de su edad porque es muy independiente y con gustos muy definidos, ha espabilado muchísimo y se ha soltado mucho a hablar, lo que hace más fácil el entendimiento con su entorno.
Nos queda superar el tema del pañal, que vamos un poco lentos, y el cambio de la cuna a la cama, que supongo que no tendrá problemas porque ha salido igual de dormilón que nosotros y se duerme en cualquier sitio.
Este último año ha sido intenso para él (y para nosotros) y en septiembre, que comienza el colegio, no va a ser menos.
Y cuando ya se vaya acostumbrando a la nueva situación escolar, ¡ZAS!
Pero ya os iremos contando...
Continuará...
Todo
Los primeros meses como papitos no fueron fáciles. Empezando así vais a creer que lo que he escrito anteriormente es una pastelada utópica de cualquier madre con un punto de vista altamente subjetivo, pero no. Ya os he dicho que todo tiene un proceso de aprendizaje y los primeros meses de vida de un bebé son difíciles tanto para él como para nosotros, los papis.
En cuanto a la primera toma de contacto con el bebé, nunca olvidaré el hospital. Para mí fueron los tres días de ingreso hospitalario más horrorosos de mi vida. Nunca había estado ingresada antes hasta que tuve a Daniel. Volviendo a las pasteladas, mi hijo era lo único que hacía que olvidara esos malos ratos en aquella habitación.
Tras el parto, me dejaron en la sala de dilatación un par de horas hasta que quedaron camas libres en planta. Nuestras familias consiguieron acceder a la sala unos minutos para conocer al bebé, hacerse alguna foto que otra y transmitirnos todo el apoyo que necesitábamos, pues aún estábamos un poco nerviosos.
El día siguiente fue el peor de todos. Vino toda nuestra familia a vernos. No dejaba de ver personas entrar y salir de la habitación. No habíamos dormido mucho y el cansancio era evidente. Todos querían ver a Daniel y yo me sentía entre emocionada y confusa, agotada físicamente, sí, pero sobre todo, mentalmente.
Las visitas se sucedieron por la mañana y por la tarde. Por la tarde, ya no pude contenerme y estallé en lágrimas. Solo recuerdo que lloraba y que la gente comenzó a salir de la habitación para dejarme sola, pero no quería que ni Dani ni mi madre ni mi suegra, ni mis hermanos, ni mis cuñados... se fueran; quería que se quedaran conmigo pero solo ellos, la familia cercana.
Además, Daniel no se enganchaba bien al pecho y eso provocó que estuviera más nerviosa y agobiada. Llevaba 6 horas seguidas sin querer comer y se quejaba, supongo, de hambre y frustración. Hasta fui a una charla sobre lactancia que dieron para las mamis allí en el hospital, pero no me sirvió de mucho, ya os contaré por qué. Poco a poco lo fuimos superando, y finalmente conseguí que se enganchara.
Y por fin nos dieron el alta. El momento de volver a casa fue el mejor de todos. Meter a tu hijo en su cuna, tener todas tus cosas a tu alcance, tu sofá, tu cama, tu ducha... la tranquilidad de tu hogar no tiene precio ni comparación.
Y además, Daniel era un santo. Dormía muchísimo. Una vez que se enganchó bien al pecho, comía muchísimo. No sabía apenas llorar, porque casi nunca lo hacía. Nos pasábamos el día dándole besos y achuchándolo. Quizá por eso no tendría motivos para estar triste.
Hemos disfrutado (y seguimos disfrutando) de mil cosas al máximo, de cada etapa, de cada momento, de cada anécdota, su primer puré, sus primeras fotos de estudio, sus primeras sonrisas, su primer enfado, sus primeras palabras, su primer baño (en bañera, en piscina, en playa), sus primeros juegos, sus primeras carcajadas, sus primeros pasos, su primer cumpleaños, sus primeras navidades, su bautizo, su primer corte de pelo, su primer viaje al extranjero, su primer día de guardería, su adaptación, su primer constipado, su primer "te quiero", sus primeros besos de amor, sus abrazos...
Podría contaros todo con detalle pero decidí vivir la experiencia en lugar de contarla y no me arrepiento en absoluto.
... Lo que sí me atrevería a contar porque aún lo recuerdo con mucho cariño, fue la primera noche en el hospital, una vez nos quedamos solos los tres.
Me acuerdo porque hubo un momento en el que Dani y yo nos miramos de una manera muy distinta a las anteriores, de una manera más adulta, más sincera, con mucho amor. Y sentimos que habíamos hecho un buen trabajo, y que nos lo merecíamos todo. Y todo estaba allí, a nuestro lado, en una cunita de cristal, durmiendo, tranquilo, aún con restos de sangre en el gorrito, agotado al igual que nosotros.
Y fue entonces cuando dejamos de mirarnos para clavar nuestra mirada en él, porque él sí que había hecho un buen trabajo... él sí que se lo merecía todo.
En cuanto a la primera toma de contacto con el bebé, nunca olvidaré el hospital. Para mí fueron los tres días de ingreso hospitalario más horrorosos de mi vida. Nunca había estado ingresada antes hasta que tuve a Daniel. Volviendo a las pasteladas, mi hijo era lo único que hacía que olvidara esos malos ratos en aquella habitación.
Tras el parto, me dejaron en la sala de dilatación un par de horas hasta que quedaron camas libres en planta. Nuestras familias consiguieron acceder a la sala unos minutos para conocer al bebé, hacerse alguna foto que otra y transmitirnos todo el apoyo que necesitábamos, pues aún estábamos un poco nerviosos.
El día siguiente fue el peor de todos. Vino toda nuestra familia a vernos. No dejaba de ver personas entrar y salir de la habitación. No habíamos dormido mucho y el cansancio era evidente. Todos querían ver a Daniel y yo me sentía entre emocionada y confusa, agotada físicamente, sí, pero sobre todo, mentalmente.
Las visitas se sucedieron por la mañana y por la tarde. Por la tarde, ya no pude contenerme y estallé en lágrimas. Solo recuerdo que lloraba y que la gente comenzó a salir de la habitación para dejarme sola, pero no quería que ni Dani ni mi madre ni mi suegra, ni mis hermanos, ni mis cuñados... se fueran; quería que se quedaran conmigo pero solo ellos, la familia cercana.
Además, Daniel no se enganchaba bien al pecho y eso provocó que estuviera más nerviosa y agobiada. Llevaba 6 horas seguidas sin querer comer y se quejaba, supongo, de hambre y frustración. Hasta fui a una charla sobre lactancia que dieron para las mamis allí en el hospital, pero no me sirvió de mucho, ya os contaré por qué. Poco a poco lo fuimos superando, y finalmente conseguí que se enganchara.
Y por fin nos dieron el alta. El momento de volver a casa fue el mejor de todos. Meter a tu hijo en su cuna, tener todas tus cosas a tu alcance, tu sofá, tu cama, tu ducha... la tranquilidad de tu hogar no tiene precio ni comparación.
Y además, Daniel era un santo. Dormía muchísimo. Una vez que se enganchó bien al pecho, comía muchísimo. No sabía apenas llorar, porque casi nunca lo hacía. Nos pasábamos el día dándole besos y achuchándolo. Quizá por eso no tendría motivos para estar triste.
Hemos disfrutado (y seguimos disfrutando) de mil cosas al máximo, de cada etapa, de cada momento, de cada anécdota, su primer puré, sus primeras fotos de estudio, sus primeras sonrisas, su primer enfado, sus primeras palabras, su primer baño (en bañera, en piscina, en playa), sus primeros juegos, sus primeras carcajadas, sus primeros pasos, su primer cumpleaños, sus primeras navidades, su bautizo, su primer corte de pelo, su primer viaje al extranjero, su primer día de guardería, su adaptación, su primer constipado, su primer "te quiero", sus primeros besos de amor, sus abrazos...
Podría contaros todo con detalle pero decidí vivir la experiencia en lugar de contarla y no me arrepiento en absoluto.
... Lo que sí me atrevería a contar porque aún lo recuerdo con mucho cariño, fue la primera noche en el hospital, una vez nos quedamos solos los tres.
Me acuerdo porque hubo un momento en el que Dani y yo nos miramos de una manera muy distinta a las anteriores, de una manera más adulta, más sincera, con mucho amor. Y sentimos que habíamos hecho un buen trabajo, y que nos lo merecíamos todo. Y todo estaba allí, a nuestro lado, en una cunita de cristal, durmiendo, tranquilo, aún con restos de sangre en el gorrito, agotado al igual que nosotros.
Y fue entonces cuando dejamos de mirarnos para clavar nuestra mirada en él, porque él sí que había hecho un buen trabajo... él sí que se lo merecía todo.
Podrían haberme advertido sobre lo que sería ser madre
Han pasado ya dos años y medio (y algo más) desde que me convertí en mamá. Esa persona que lo sabe todo y cuya intuición puede llevarla a donde se proponga. Pero aún me queda un largo camino que recorrer.
Se piensa que desde el día que tienes a tu primer hijo en brazos, un ángel se aparece como por arte de magia y te entrega los superpoderes maternales… pero no es así. Todo en esta vida lleva su tiempo y un periodo de aprendizaje.
Reconozco que ya he escrito sobre esto anteriormente pero no con tanto conocimiento sobre el tema como ahora y que con el paso de los años supongo que ese conocimiento se acrecentará de tal forma que no sé si cuando eche la vista atrás lo que pueda decir hoy será del todo correcto. Lo que sí sé es que es así como lo siento y el corazón pocas veces se equivoca y mucho menos el de una madre.
Cuando te quedas embarazada son muchas las personas de tu entorno las que quieren aconsejarte o advertirte desde sus propias experiencias. Durante el embarazo escuché de todo. Desde que mi cuerpo iría cambiando a pasos agigantados y que tendría que irme acostumbrando a ello, hasta que aprovechara para dormir durante esos nueve meses porque el cansancio y las ojeras cambiarían mi humor y mi estado de ánimo. Que no me daría tiempo ni a ducharme cuando el bebé hubiera nacido y que siempre tendría un aspecto desaliñado, sobre todo los primeros meses. Que lo único que oiría serían llantos y que toda la atención sería para él. Que papito y yo ya no volveríamos a ser los mismos como pareja y que tendríamos menos tiempo para estar juntos. Que nuestra vida se regiría por rutinas. Que se acabaría el orden de las cosas en mi hogar... Imaginaos mi cara al escuchar estas cosas. ¿Dónde me estaba metiendo?
Pues bien, todas estas advertencias se me olvidaron el día que nació Daniel. Y ahora pienso que nadie me advirtió sobre lo que sería realmente SER MADRE...
... Nadie me dijo lo bonito que sería tener en brazos a una cosita tan pequeñita que ha crecido en tu interior, y lo extraña que es la naturaleza y el cuerpo humano. A día de hoy, sigo pensando que todas las fases de la reproducción desde su engendramiento son un milagro.
Nadie me dijo que los cambios físicos que experimentas en todas esas etapas pasan a un segundo plano y solo buscas el bienestar de esa nueva personita que ha llegado a tu vida. Que esos cambios son los que hacen que tu hijo crezca sano y feliz, ya que durante los primeros meses eres la responsable de su alimentación (más aún si has optado por darle el pecho) lo que hace que te sientas más especial si cabe. Que sentiría dolor y placer al mismo tiempo. Que mi casa se llenaría de luz y color, y alegría… mucha alegría. Que desearías que se parara el tiempo o que todo ocurriera más despacio. Que las cosas que antes eran un mundo se transformarían en insignificantes y a su vez, otras que eran insignificantes o a las que no dabas tanta importancia, se vuelven tu prioridad. Que miraría a mi pareja de otra manera, ya no como la persona con la que comparto mi vida, sino como la persona con la que he creado una vida...
En definitiva, son tantas las experiencias y los momentos vividos en estos 2 años y medio que no podría escribirlos todos, pero sí puedo decir que sigo siendo tan feliz, o incluso más, que al principio de esta aventura. De hecho, es tanta esa felicidad quehemos decidido queremos volver a sentir todo ese primer proceso, y por ello, estamos esperando nuestro segundo hijo. Sin duda, volvería a repetir todas estas experiencias una y otra vez. La diferencia está en que la novedad no será tan abrumadora, los consejos o advertencias de las personas de tu entorno no serán las mismas, y quizá pueda revivir lo bonito que es ser madre de una manera más consciente y con más madurez, porque ya no soy la misma que hace tres años y mis prioridades han cambiado mucho desde entonces. Algo que valoro inmensamente y de lo que más orgullosa estoy para conmigo misma.
Comienza una nueva aventura y lo mejor de todo es que podré compartirla también con mi hijo... porque SOY MAMÁ.
Pili.
Se piensa que desde el día que tienes a tu primer hijo en brazos, un ángel se aparece como por arte de magia y te entrega los superpoderes maternales… pero no es así. Todo en esta vida lleva su tiempo y un periodo de aprendizaje.
Reconozco que ya he escrito sobre esto anteriormente pero no con tanto conocimiento sobre el tema como ahora y que con el paso de los años supongo que ese conocimiento se acrecentará de tal forma que no sé si cuando eche la vista atrás lo que pueda decir hoy será del todo correcto. Lo que sí sé es que es así como lo siento y el corazón pocas veces se equivoca y mucho menos el de una madre.
Cuando te quedas embarazada son muchas las personas de tu entorno las que quieren aconsejarte o advertirte desde sus propias experiencias. Durante el embarazo escuché de todo. Desde que mi cuerpo iría cambiando a pasos agigantados y que tendría que irme acostumbrando a ello, hasta que aprovechara para dormir durante esos nueve meses porque el cansancio y las ojeras cambiarían mi humor y mi estado de ánimo. Que no me daría tiempo ni a ducharme cuando el bebé hubiera nacido y que siempre tendría un aspecto desaliñado, sobre todo los primeros meses. Que lo único que oiría serían llantos y que toda la atención sería para él. Que papito y yo ya no volveríamos a ser los mismos como pareja y que tendríamos menos tiempo para estar juntos. Que nuestra vida se regiría por rutinas. Que se acabaría el orden de las cosas en mi hogar... Imaginaos mi cara al escuchar estas cosas. ¿Dónde me estaba metiendo?
Pues bien, todas estas advertencias se me olvidaron el día que nació Daniel. Y ahora pienso que nadie me advirtió sobre lo que sería realmente SER MADRE...
... Nadie me dijo lo bonito que sería tener en brazos a una cosita tan pequeñita que ha crecido en tu interior, y lo extraña que es la naturaleza y el cuerpo humano. A día de hoy, sigo pensando que todas las fases de la reproducción desde su engendramiento son un milagro.
Nadie me dijo que los cambios físicos que experimentas en todas esas etapas pasan a un segundo plano y solo buscas el bienestar de esa nueva personita que ha llegado a tu vida. Que esos cambios son los que hacen que tu hijo crezca sano y feliz, ya que durante los primeros meses eres la responsable de su alimentación (más aún si has optado por darle el pecho) lo que hace que te sientas más especial si cabe. Que sentiría dolor y placer al mismo tiempo. Que mi casa se llenaría de luz y color, y alegría… mucha alegría. Que desearías que se parara el tiempo o que todo ocurriera más despacio. Que las cosas que antes eran un mundo se transformarían en insignificantes y a su vez, otras que eran insignificantes o a las que no dabas tanta importancia, se vuelven tu prioridad. Que miraría a mi pareja de otra manera, ya no como la persona con la que comparto mi vida, sino como la persona con la que he creado una vida...
En definitiva, son tantas las experiencias y los momentos vividos en estos 2 años y medio que no podría escribirlos todos, pero sí puedo decir que sigo siendo tan feliz, o incluso más, que al principio de esta aventura. De hecho, es tanta esa felicidad que
Comienza una nueva aventura y lo mejor de todo es que podré compartirla también con mi hijo... porque SOY MAMÁ.
Pili.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)